sábado, 14 de junio de 2014

Paisaje japonés

Inicialmente el título de esta entrada era 'Intento de Paisaje japonés', pero al final decidí no ponerlo. Es lo que hice hace casi cuatro años y bueno, aunque no esté especialmente orgullosa de este cuadro, es mío. 

Lo pinté para mi mejor amiga, como regalo de cumpleaños. Como sé que, como a mí, le encanta la cultura japonesa, me decanté por representar el monte Fuji y una japonesa paseando bajo un cerezo. De aquellas, como ya sabéis, mis recursos eran más limitados que ahora, y me aventuré a utilizar nuevas técnicas para dar diferentes texturas. En este cuadro el reto era doble: pintar un paisaje y pintar agua. 


Realizado sólo en acrílico, y sin una imagen de referencia, el resultado es el que os he mostrado más arriba. 


Otra novedad es representar a una persona de cuerpo entero. El agua, como podéis observar, está hecha a base de 'puntadas' (si alguien conoce el nombre específico que lo diga, esto es lo malo de ser autodidacta) al igual que el cerezo, el agua con un pincel de tamaño 4 y el cerezo de tamaño 2. Los colores también son mezcla propia, a excepción de los azules.


Y esto es todo por hoy. Ahora a comentar y compartir! No os cortéis a la hora de criticar (de forma constructiva) ;) ¡Hasta la próxima!

Dúo de Carnavales

De vuelta a los lienzos, os presento una pareja de cuadros que hice con mucho cariño por encargo allá por el año 2011, de hecho son los primeros cuadros que he vendido. Ahora los veo y no encuentro más que fallos y cosas que cambiaría, pero no dejo de estar especialmente orgullosa de ellos. Sobre un lienzo de 92cm x 73cm y en acrílico, utilicé como inspiración las máscaras venecianas una vez más. El primero que hice fue el de la mujer con el vestido rojo. De fondo quise hace una muchedumbre, pero me parecía que si hacía demasiadas caras y cabezas podría estropear el foco sobre la figura principal, por lo que opté por hacer un arlequín a la izquierda y una figura enmascarada a la derecha. Para dar la impresión de que está entre la gente pinté también una figura más grande y cercana que ella que me sirvió como puente entre los dos cuadros.


En el segundo usé el mismo patrón que en el primero. En esta la figura femenina es un poco más cercana, algo más adelantada que la primera, perseguida por un personaje de videojuego que no pude evitar pintar: Ezzio Auditore.

La elección de los colores fue, en el primero, porque el rojo es mi color favorito (ya lo habréis notado) y en el segundo, fue acordado con la persona que quería el cuadro en consonancia con una sugerencia de mi buena amiga Levaralth para que la pareja conjuntase perfectamente. Otro elemento nuevo es el uso de acrílicos metálicos. En el primero usé el dorado, siempre queda bien con el rojo, y en el otro utilicé el plateado.

No quería caer en las típicas máscaras del sol y de la luna, así que me puse a buscar imágenes de máscaras y vi multitud de estilos y diseños, todos ellos alucinantes y preciosos. Si no se os ha ocurrido nunca hacer una búsqueda de este tipo, os la recomiendo, aunque seguro que ya la habréis hecho o conoceréis mejor que yo el carnaval de Venecia. Así que, volviendo al diseño de las márcaras, el diseño es mío basado en lo que encontré. También hay diferencias en el pelo. En el primero es una melena hacia arriba adornada con vistosas plumas y en el segundo pinté una melena lisa y negra que puede llegar a interpretarse como una tela de la máscara de plumas azules.

Otro elemento común es, a parte del estilo de los vestidos con corsé, los guantes. Me fijé en que casi no se muestra piel en los disfraces venecianos y quise respetarlo ocultando también los cuellos tras las telas de las máscaras.

Y por último, las manos. Decidí mostrar sólo una de ellas para dar la impresión de que caminan entre la gente intentando abrirse paso y ladeándose (sobre todo en el segundo cuadro, tiene un hombro más adelantado que el otro). En el primero dejé la mano caída, sin más adorno, pero en el azul preferí añadirle un abanico a juego.

Como veis, me tomé muchas libertades con las proporciones, el diseño y las formas. No sé si os gustará, pero por favor, comentad, criticad y compartid. Nos leemos en el próximo post!

sábado, 7 de junio de 2014

Desierto

Esta vez no voy a compartir con vosotros ningún dibujo, ni tampoco un cuadro. Hace unos meses participé en un concurso de relatos cortos de mi localidad y esta semana pasada salió la resolución, ganó otra persona. Y como tal vez este relato pase lo más desapercibido posible y caiga en el agujero del olvido, quiero compartirlo con vosotros. Como os digo siempre en mis post, espero que os guste, que comentéis y lo compartáis. De antemano, ¡gracias por leerlo! Nos vemos en el próximo post ;)

DESIERTO

Sus pies ya no dieron un paso más. Cayó de bruces sin apenas fuerzas para evitar el impacto. Sus ojos se cerraban solos, y su cuerpo no respondía ya a las órdenes de su cerebro. Estaba agotado. Rendido. Sediento. ¿Sediento? Eso le recordó que no caminaba en vano por un desierto de arena. Le recordó también que no estaba solo y que debía luchar. A este redescubrimiento de la realidad se unió la renovada voluntad por seguir vivo. Empezó por abrir los ojos. La luz del sol era blanca todavía, señal de que faltaban unas cuantas horas antes del anochecer. Eso le animó aún más. Sus dedos se cerraron en un puño lleno de arena cálida y salada. Los brazos, débiles, comenzaron a temblar con el esfuerzo. Sintió una sombra asomarse sobre su nuca y una mano fría de dedos pequeños en el hombro quemado.

'Vamos, papá' dijo la voz dueña de aquella sombra y de aquella mano, 'No puedes rendirte ahora. ¡Ya falta poco!'.  Carraspeó, pero su garganta no era más que un manojo de alambre. La voz le tendió una bota de cuero con agua fresca. Bebió un trago generoso al principio, pero frenó inmediatamente el frenesí para guardar algo del preciado líquido. Todavía apoyado sobre sus manos, adelantó el pie derecho hasta su mano diestra e intentó ponerse en pie. No lo consiguió a la primera, tampoco a la tercera, ni a la quinta. A la sexta vez guardó su orgullo y pidió ayuda con un leve gesto de la mano. La voz le prestó su hombro y se apoyó en él. 'Sólo un poco más, de verdad'. Y ya estaba de nuevo en pie. Miró todo cuanto le rodeaba y gimió, abatido. '¿Todavía estamos en este condenado desierto?' bramó mientras soltaba el hombro de su hijo. 

- Papá, me has dado un susto de muerte. ¡No vuelvas a caerte así!
- No lo hago porque me guste, hijo. Ya no me quedan fuerzas para seguir adelante. No sé dónde estamos, y si la memoria no me falla, llevamos cuatro días perdidos. Esto no tiene fin...
- No te preocupes, es sólo otra aventura más. Y esta vez te acompaño yo.
- Hubiera preferido lo contrario...
- Venga, papá, continúa. No te detengas. Sigue andando, por favor. Y en cuanto a encontrar un poblado o ciudad, yo tengo la corazonada de que falta menos.
- Lo que tienes es una insolación de tres pares de narices.

Miró a su hijo. No era más que una criatura de doce años. Su pálida piel estaba ahora sonrojada y reseca por culpa del ambiente y del sol. Sus cabellos no estaban en mejor estado, por no mencionar los labios cuarteados y pelados. Los ojos del chiquillo reflejaron su imagen, un tanto diluida, pero su imagen al fin y al cabo. La creciente barba que no se había afeitado antes de salir estaba salpicada de arena y canas. Sus labios estaban peor que los de su hijo, y el pañuelo azul que se había anudado a la cabeza estaba perdiendo color. 

- Tienes una pinta horrible.
- Lo sé, hijo. Lo sé. De todas maneras no nos queda alternativa; seguiremos caminando. De nada sirve quedarse aquí mientras pasan las horas. No hay buitres ni hienas que devoren nuestros cadáveres. Seremos pasto del sol, del viento y de la maldita arena si nos quedamos quietos.
- ¡Eso es, papá! ¡No nos rindamos!
- ¿Qué nos queda en esa mochila?
- Unas cuantas latas de sardinas, unas galletas y unas tijeras.
- Espero que con eso nos sea suficiente.

Y dejó de malgastar saliva. Caminaron hacia el este, en línea recta evitando las pendientes de las imponentes dunas. Era una tarea tediosa, fastidiosa y penosa. Las botas estaban en un estado lamentable, pero les ayudaban a soportar la elevada temperatura de la arena. 

Esto le recordó su juventud, cuando seguía los pasos de sus padres. Primero la India, después Tailandia y China. Regresaron a Europa y conoció a su mujer, fallecida durante el parto de su pequeño... Perdió a su esposa y al gemelo de su hijo. Pero no era el momento de pensar en eso ahora. Debía concentrar sus fuerzas y energía en sus pies. Primero el izquierdo, luego el derecho... Un poco de equilibrio... Otra vez el izquierdo. 

El sol se movía lentamente en el cielo pálido. Sólo se escuchaba sus respiraciones. De vez en cuando se giraba para comprobar que el pequeño le seguía el paso, y se alegraba al comprobar que este lo llevaba mejor que él. Lorenzo seguía su rastro, y hacía con su fuerza una sombra diminuta bajo sus cuerpos entumecidos. 

- ¡Un poco de tregua, hombre! ¡Una nube! ¡Una tormenta de arena, malnacido!
- Papá, ¿a quién le gritas?
- A ese impresentable de ahí. No deja de tostarnos y nos mira con regocijo. Y se saldrá de rositas.
- Te refieres al astro rey, ¿verdad?
- Astro rey... ¿Astro rey? ¡Astro rey mis huevos!
- Papá, calma. Además, parece que ya empieza el atardecer.
- Sí, tienes razón. Perdona.

El niño tomó la delantera sin decir una palabra. Y como bien había visto, el sol se retiraba por el oeste. El espectáculo era hermoso, y a pesar de estar perdidos en mitad de la nada se detuvieron a contemplar el anochecer. Los tonos rojizos hacían fundirse en una sola masa el cielo y la tierra, creando un espacio etéreo, vacío. Quedaron hipnotizados ante el embrujo del sol, pero enseguida despertaron.

- ¿Has oído eso?
- Sí, papá. Parecía un perro.

No lo parecía. Lo era. Los ecos de aquellos lejanos ladridos los guiaron en la incipiente noche. Entusiasmados, temieron un nuevo espejismo. Afortunadamente no lo era. Vieron unos todoterrenos circular por una polvorienta carretera y un pastor con sus cabras y su perro. '¡Salvados!', gritó  el hombre liberando su desesperación. Buscó el abrazo de su hijo, pero no halló más que arena. Echó otra mirada, esta vez hacia la carretera. Todo se había esfumado, desvanecido. Evaporado. De la impresión, se desmayó precipitándose sobre la difusa arena.

- 189. Despierte, 189. Por favor, despierte.
- Qué... ¿Qué ha pasado?
- Ha vuelto a perderse en el Parque. Afortunadamente el doctor le ha encontrado antes de que se tirase a un coche. Caminó hacia la carretera saltando las medidas de seguridad. Lo halló en estado de shock con unas tijeras en la mano. ¿Cómo se encuentra?

Miró a la enfermera. Se frotó los ojos con fuerza y ahí seguía, impasible. Su melena morena recogida en una coleta. Ahora la recordaba, sí, había visto su rostro antes.

- ¿Dónde está mi hijo?
- ¿Hijo? Usted no tiene hijos, señor.
- ¡Arpía! ¡Suéltame! ¿Qué clase de broma pesada es esta? Me he pasado cuatro días en el desierto con mi único hijo, ¿y así es cómo nos ayudan?
- 189, no me obligue a sedarlo otra vez. Escuche, perdió a su mujer y a su hijo en el parto.
- Eso ya lo sé, ¡zorra!
- Y en cuanto al otro, este murió el año pasado en un accidente de avioneta que usted pilotaba. ¿Lo recuerda? ¿Lo recuerda?

Súbitamente todos sus recuerdos se agolparon en su mente. La enfermera tenía razón. Lo que había vivido era un recuerdo, una fantasía para olvidar la realidad. ¿Qué iba a ser de él sin su hijo? ¿Qué esperanzas le podían quedar para seguir en este mundo? El revivir ese recuerdo había sido una forma de ocultarse a sí mismo que quería arrebatarse la vida. Para un luchador como él eso era inconcebible, inaceptable. Pero algo estaba claro: el destino le quería vivo y esa enfermera era su salvación. Debía resurgir de aquel desierto.